Hoy por hoy, es innegable el efecto de la crisis económica a escala mundial (al menos: a escala occidental). Y, concretamente, en España.
Ciertamente, la situación no es demasiado buena y las perspectivas a corto plazo no son alentadoras (aunque en economía nunca se sabe).
Ciertamente, la situación no es demasiado buena y las perspectivas a corto plazo no son alentadoras (aunque en economía nunca se sabe).
El caso es que todo esto, me ha hecho pensar en que los fenómenos económicos no están aislados: afectan a la autoestima de las personas y a sus relaciones personales, se infiltran en los debates políticos e, incluso, éticos. Diría más: ontológicos y metafísicos.
Particularmente en España, es algo que me inquieta.
¿Que “precio” estaríamos dispuestos a pagar para resolver la crisis?
Es curioso que se use la expresión “precio” para resolver un problema económico, creo que eso también denota nuestra visión del mundo monopolizada por la economía.
Pero la cuestión no es baladí.
Imaginemos que las cosas empeoran. Que empeoran mucho. Que esto pasa de ser un bache largo a un socavón largo y enorme. Que las tasas de empleo se disparan aún mucho más y las ayudas sociales (incluyendo pensiones, subsidios de desempleo...) se ven drásticamente recortados por la situación o, aún peor, que se colapsan estos servicios y se deja de abonar estas prestaciones.
Obviamente, la indignación seria gigantesca. Y también la desesperación.